En-sí
y para-sí: lineamientos metafísicos
Desde nuestra introducción, habíamos descubierto la conciencia como una
llamada al ser, y habíamos mostrado que e! cogito remitía inmediatamente a un
ser-en-sí objeto de la conciencia. Pero, después de descubrir el En-sí y el
Para-si, nos había parecido difícil establecer un nexo entre ambos, y habíamos
temido caer en un dualismo insuperable.
Este dualismo nos amenaza, además, de otra manera: en efecto, en la
medida en que puede decirse que el Para-si es, nos encontrábamos frente a dos
modos de ser radicalmente distintos: el del Para-sí que tiene de ser lo que es,
es decir, que es lo que no es y que no es lo que es, y el del En-sí, que es lo
que es.
Nos preguntábamos entonces si el descubrimiento de estos dos tipos de
ser no terminaba en el establecimiento de un hiato que escindiera al Ser, como
categoría general perteneciente a todos los existentes, en dos regiones
incomunicables, en cada una de las cuales la noción de Ser debía ser tomada en
una acepción originaria y singular.
Nuestras investigaciones nos han permitido responder a la primera de
esas preguntas: el Para-sí y el En-si están reunidos por una conexión sintética
que no es otra que el propio Para-sí. El Para-sí, en efecto, no es sino la pura
nihilización del En-si: es como un agujero de ser en el seno del Ser. Conocida
es la amena ficción con que ciertos divulgadores acostumbran ilustrar el
principio de conservación de la energía: si ocurriera, dicen, que uno solo de
los átomos constituyentes del universo se aniquilara, resultaría una catástrofe
que se extendería al universo entero, y sería, en particular, el fin de la
Tierra y del sistema estelar.
Esta imagen puede servirnos: el Para-sí aparece como una leve
nihilización que tiene origen en el seno del Ser; y basta esta nihilización
para que una catástrofe total ocurra al En-sí. Esa catástrofe es el mundo. El
Para-sí no tiene otra realidad que la de ser la nihilización del ser. Su única
cualificación le viene de ser nihilización del En-si individual y singular, y
no de un ser en general. El Para-sí no es la nada en general, sino una
privación singular; se constituye en privación de este ser. No cabe, pues, que
nos interroguemos sobre la manera en que el para-sí puede unirse al en-sí, ya
que el para-sí no es en modo alguno una sustancia autónoma. En tanto que
nihilización, es sido por el en-sí: en tanto que negación interna, se hace
anunciar por el en-sí lo que él no es, y, por consiguiente, lo que
tiene-de-ser.
Si el cogito conduce necesariamente fuera de sí, si la conciencia es una
cuesta resbaladiza en que no es posible instalarse sin encontrarse al punto
precipitado afuera, sobre el ser-en-sí, ello se debe a que la conciencia no
tiene de por sí ninguna suficiencia de ser como subjetividad absoluta, y remite
ante todo a la cosa. No hay ser para la conciencia fuera de esa obligación
precisa de ser intuición revelante de algo. ¿Y esto qué significa, sino que la
conciencia es lo Otro de Platón? Recuérdense las bellas descripciones que el
Extranjero del "Sofista" da de eso otro, que no puede ser captado
sino "como en sueños": que no tiene otro ser que su ser-otro, es
decir, no goza sino de un ser prestado; que, considerado en sí mismo, se
desvanece y sólo recobra una existencia marginal si se fija la mirada en el
ser; que se agota en su ser otro que sí mismo y otro que el ser. Hasta parece
que Platón haya visto el carácter dinámico que presentaba la alteridad de lo
otro con respecto a sí mismo, pues en ciertos textos ve en ello el origen del
movimiento. Pero podía haber llevado las cosas aún más lejos: hubiera visto
entonces que lo otro o no-ser relativo no podía tener una apariencia de
existencia sino a título de conciencia. Ser otro que el ser es ser conciencia
(de) sí en la unidad de los ék-stasis temporalizadores. ¿Y qué puede ser la
alteridad, en efecto, sino el cruce de reflejo y reflejante que hemos descrito
en el seno del para-sí, ya que la única manera en que lo otro puede existir
como otro es la de ser conciencia (de) ser otro? La alteridad, en efecto, es
negación interna, y sólo una conciencia puede constituirse como negación
interna.
Cualquier otra concepción de la alteridad equivaldría a ponerla como un
en-sí, es decir, a establecer entre ella y el ser una relación externa, que requeriría
la presencia de un testigo para comprobar que el otro es otro que el En-sí. Por
lo demás, lo otro no puede ser otro sin emanar del ser; en ello, es relativo al
en-sí: pero tampoco podría, ser otro sin hacerse otro: de lo contrario, su
alteridad se convertiría en algo dado, o sea en un ser capaz de ser considerado
en-sí. En tanto que es relativo al en-si, lo otro está afectado de facticidad;
en tanto que se hace a sí mismo, es un absoluto. Es lo que señalábamos al decir
que el para-sí no es fundamento de su ser-como-nada-de-ser, sino que funda
perpetuamente su nada-de-ser. Así, el para-sí es un absoluto unselbststanding,
lo que hemos llamado un absoluto no sustancial. Su realidad es puramente
interrogativa.
Si puede preguntar y cuestionar, se debe a que él mismo está siempre en
cuestión; su ser nunca es dado, sino interrogado, ya que está siempre separado
de sí mismo por la nada de la alteridad: el para-sí está siempre en suspenso
porque su ser es un perpetuo aplazamiento. Si pudiera alcanzarlo alguna vez, la
alteridad desaparecería al mismo tiempo, y, con ella, desaparecerían los
posibles, el conocimiento, el mundo. Así, el problema ontológico del
conocimiento se resuelve por la afirmación de la primacía ontológica del en-sí
sobre el para-sí. Pero ello para hacer nacer inmediatamente una interrogación
metafísica.
El surgimiento del para-sí a partir del en-sí no es, en efecto,
comparable en modo alguno a la génesis dialéctica de lo Otro de Platón a partir
del ser. Ser y otro, en efecto, para Platón son géneros. Pero hemos visto que,
al contrario, el ser es una aventura individual. Y, análogamente, la aparición
del para-sí es el acaecimiento absoluto que viene al ser. Cabe aquí, pues, un
problema metafísico, que podría formularse de este modo: ¿Por qué el para-sí
surge a partir del ser? Llamamos metafísico, en efecto, el estudio de los
procesos individuales que han dado nacimiento a este mundo como totalidad
concreta y singular. En este sentido, la metafísica es a la ontología lo que a
la sociología la historia. Hemos visto que sería absurdo preguntarse por qué el
ser es otro; que la pregunta sólo tendría sentido en los límites de un para-sí,
y que inclusive supone la prioridad ontológica de la nada sobre el ser, cuando,
al contrario, hemos demostrado la prioridad del ser sobre la nada; tal pregunta
no podría, plantearse sino a consecuencia de una contaminación con una pregunta
exteriormente análoga y, sin embargo, muy diversa: ¿por qué hay ser? Pero
sabemos ahora que ha de distinguirse cuidadosamente entre ambas preguntas.
La primera carece de sentido: todos los "porqués", en efecto,
son posteriores al ser, y lo suponen. El ser es, sin razón, sin causa y sin
necesidad; la definición misma del ser nos presenta su contingencia originaria.
A la segunda hemos respondido ya, pues no se plantea en el terreno metafísico
sino en el ontológico: "hay" ser porque el para-sí es tal que haya
ser. El carácter de fenómeno viene al ser por medio del para-sí. Pero, si las
preguntas sobre el origen del ser o sobre el origen del mundo carecen de
sentido o reciben una respuesta en el propio sector de la ontología, no ocurre
lo mismo con el origen del para-sí. El para-sí, en efecto, es tal que tiene el
derecho de revertirse sobre su propio origen. El ser por el cual el por qué
llega al ser tiene derecho de plantearse su propio porqué, puesto que él mismo
es una interrogación, un porqué.
A esta pregunta, la ontología no podría responder, pues se trata de
explicar un acaecimiento y no de describir las estructuras de un ser. Cuando
mucho, la ontología puede hacer notar que la nada que es sida por el en-sí no
es un simple vacío desprovisto de significación. El sentido de la nada de la
nihilización consiste en ser sida para fundar el ser. La ontología nos provee
de dos informaciones que pueden servir de base para la metafísica: la primera
es que todo proceso de fundamento de sí es ruptura del ser-idéntico del en-sí,
toma de distancia del ser con respecto a sí mismo y aparición de la presencia
de sí o conciencia.
Sólo haciéndose para-sí el ser podría aspirar a ser causa de sí. La
conciencia como nihilización del ser aparece, pues, como un estadio de una
progresión hacia la inmanencia de la causalidad, es decir, hacia el ser causa
de sí. Sólo que la progresión se para ahí, a consecuencia de la insuficiencia
de ser del para-sí. La temporalización de la conciencia no es un progreso
ascendente hacia la dignidad de causa sui, sino un flujo de superficie cuyo
origen es, al contrario, la imposibilidad de ser causa de sí. De este modo, el
ens causa sui queda como lo fallido, como la indicación de un trascender
imposible en altura, que condiciona por su misma no-existencia el movimiento
horizontal de la conciencia; así, la atracción vertical que la luna ejerce
sobre el océano tiene por efecto el desplazamiento horizontal que es la marea.
La otra indicación que la metafísica puede extraer de la ontología es
que el para-sí es efectivamente perpetuo proyecto de fundarse a sí mismo en
tanto que ser y perpetuo fracaso de ese proyecto. La presencia a sí con las
diversas direcciones de nihilización (nihilización ek-stática de las tres
dimensiones temporales, nihilización geminada de la pareja reflejo-reflejante)
representa el primer surgimiento de ese proyecto; la reflexión representa la
reduplicación del proyecto, que se revierte sobre sí mismo para fundarse por lo
menos en tanto que proyecto, y la agravación del hiato nihilizador por el
fracaso de ese proyecto mismo; el "hacer" y el "tener"
categorías cardinales de la realidad humana, se reducen de modo inmediato o
mediato al proyecto de ser; por último, la pluralidad de los unos y los otros
puede interpretarse como una última tentativa de fundarse, tentativa que
termina en la separación radical entre el ser y la conciencia de ser.
Así, la ontología nos enseña: 1.° que si el en-sí debiera fundarse, no
podría ni siquiera intentarlo salvo haciéndose conciencia; es decir, que el
concepto de causa sui lleva consigo el de presencia a sí, es decir, el de la
descomprensión de ser nihilizadora; 2.° que la conciencia es de hecho proyecto
de fundarse a sí misma, es decir, proyecto de alcanzar la dignidad del
en-sí-para-sí o en-sí-causa-de-sí.
Pero no podríamos valernos de ello. Nada permite afirmar, en el plano
ontológico, que la nihilización del en-sí en para-sí tenga por significación,
desde el origen y en el seno mismo del en-sí, el proyecto de ser causa de sí.
Muy al contrario, la ontología choca aquí con una contradicción profunda,
puesto que la posibilidad de un fundamento viene al mundo por el para-sí. Para
ser proyecto de fundarse a sí mismo, seria menester que el en-sí fuera
originariamente presencia a sí, es decir, que fuera ya conciencia. La ontología
se limitará, pues, a declarar que todo ocurre como si el en-sí, en un proyecto
de fundarse a sí mismo, se diera la modificación del para-sí.
A la metafísica corresponde formar las hipótesis que permitirán concebir
ese proceso como el acaecimiento absoluto que viene a coronar la aventura
individual que es la existencia del ser. Va de suyo que tales hipótesis
quedarán como hipótesis, pues no podríamos alcanzar ni convalidación ni
invalidación ulterior de ellas. Lo que constituirá la validez de las mismas
será sólo la posibilidad que nos den de unificar los datos de la ontología.
Esta unificación no deberá constituirse, naturalmente, en la perspectiva de un
devenir histórico, puesto que la temporalidad viene al ser por el para-sí. No
tendría, pues, sentido alguno preguntarse qué era el ser antes de la aparición
del para-sí.
Pero no por eso la metafísica debe renunciar a intentar determinar la
naturaleza y el sentido de ese proceso antehistórico, fuente de toda historia,
que es la articulación de la aventura individual (o existencia de en-sí) con el
acaecimiento absoluto (o surgimiento del para-sí). En particular, al metafísico
corresponde la tarea de decidir si el movimiento es o no una primera
"tentativa" del en-sí para fundarse, y cuáles son las relaciones
entre el movimiento como "enfermedad del ser" y el para-sí como
enfermedad más profunda, llevada hasta la nihilización.
JEAN PAUL SARTRE